LA PÉRDIDA
La pérdida: Perspectiva de Will en los eventos de Ángel Mecánico de la página 285 - 292 (libro en inglés)
Will Herondale estaba ardiendo.
Ésta no era la primera vez que había consumido sangre de vampiro, y conocía el patrón de la enfermedad. Primero llegaba el sentimiento de mareo y euforia, como si uno hubiera bebido demasiado gin - el breve período de agradable borrachera antes de que se establezca el morbo. Después el dolor, empezando en los pies y las yemas de los dedos, trabajando su camino arriba como si líneas de pólvora hubiesen atravesado su cuerpo y estuviesen quemando su camino hacia el corazón.
Había oído que el dolor no eran tan bueno para los humanos: que su sangre, más fina y débil que la sangre de los Cazadores de Sombras, no luchaba contra la enfermedad demoníaca como lo hacía la sangre de los Nefilim. Apenas se dio cuenta vagamente cuando Sophie entró con el cubo de agua bendita, salpicándolo con el agua fría y dejando los cubos en el sueño y marcharse otra vez. El odio que Sophie sentía por él era tan fiable como la niebla de Londres, podía sentir que provenía de ella cada vez que se acercaba a él. La fuerza de ello hizo que se levantara sobre sus codos. Acercó un cubo más cerca de él y lo vació encima de su cabeza, abriendo su boca como una golondrina tanto como pudo.
Por un momento, le roció el fuego quemando completamente a través de sus venas. El dolor retrocedió, excepto por las palpitaciones en su cabeza. Se volvió a tumbar, cautelosamente, doblando un brazo sobre su cara para bloquear la luz oscura proveniente de las ventanas bajas. Sus dedos parecían traer luz así como los movía. Escuchó la voz de Jem en su cabeza, regañándolo por arriesgarse a sí mismo. Pero la cara que vio a través de sus parpados no era la de Jem.
Ella le estaba mirando. La voz más oscura de su consciencia, el recordatorio de que él no podría proteger a nadie, ni siquiera a sí mismo. Mirando la manera en que lo hizo la última vez que la había visto; ella nunca cambió, por lo que con eso sabía que ella era fruto de su imaginación.
"Cecily," susurró. "Cecy, por el amor de Dios, déjame en paz."
“¿Will?”. Eso lo dejó sorprendido; ella se aparecía ante él a menudo, pero raramente hablaba. Acercó su mano, y él habría llegado a ella también, a no ser por el estruendo y estrépito de metal que le hicieron volver de su ensueño. Se aclaró la garganta.
"¿Ya has vuelto Sophie?" Dijo Will. "Te dije que si me traías otro de esos infernales cubos, yo -"
"No soy Sophie," le dijeron en respuesta. "Soy yo. Tessa."
El martilleo de su propio pulso se filtró en sus orejas. La imagen de Cecily se descolorió y desvaneció contra sus párpados. Tessa. ¿Por qué la habrán enviado? ¿Le odia tanto Charlotte como para hacer eso? ¿Tenía esto que ser algún tipo de clase objetiva para ella en las indignidades y peligros del submundo? Cuando abrió los ojos la vio de pié enfrente de él, parada en su vestido de terciopelo y guantes. Sus rizos oscuros eran asombrosos contra su pálida piel y sus mejillas eran pecosas, manchadas ligeramente con sangre, probablemente de Nathaniel.
Tú hermano, sabía que debería decir. ¿Cómo está? Debe de haber sido un shock verlo. No hay nada peor que ver a alguien a quién amas en peligro.
Pero han pasado años, y ha aprendido a tragarse las palabras que quería decir. De alguna manera estaban hablando de vampiros, sobre el virus y como se transmitía. Ella le dio el cubo con una mueca - bien, tenía estar disgustada con él - y lo usó de nuevo para aplacar el fuego, para parar la quemazón en sus venas y cuello y pecho.
"¿Te ayuda?" preguntó ella, mirándolo con sus claros ojos grises. "¿Derramarlo sobre tu cabeza de ésta manera?"
Will se imaginó cómo debería verse ante ella, sentado en el suelo con un cubo sobre su cabeza, e hizo un sonido estrangulado, casi una risa. Oh, ¡el glamour de los Cazadores de Sombras! ¡La vida del guerrero en la que había soñado cuando era un niño!
"Las preguntas que haces..." empezó. Otro puede que se hubiera disculpado por preguntar pero ella solo se mantuvo quieta, mirándolo como un pájaro curioso. Él no había pensado en que nunca había visto a nadie con los ojos cómo los de ella: era el color del gris niebla soplando desde el mar en Gales.
No puedes mentir a alguien con unos ojos como esos que te recuerda a tu juventud.
"La sangre me hace tener fiebre, hace que mi piel queme," él admitió. "No puedo enfriarme. Pero, sí, el agua ayuda."
"Will," dijo Tessa. Cuando la miró de nuevo, ella parecía estar aureolada por la luz como un ángel, aunque él sabía que era la sangre de vampiro haciendo su visión borrosa. De repente ella se estaba moviendo hacia él, reuniendo su falda a un lado para sentarse a su lado en el suelo. Él se preguntaba por qué estaba haciendo eso, y se dio cuenta para su propio horror que había sido él quién se lo había pedido. Se imaginaba la enfermedad de vampiro en su cuerpo, rompiendo su sangre, haciendo su voluntad más floja. Él sabía, intelectualmente, que había bebido suficiente agua bendita para matar la enfermedad antes de que se filtrara en sus huesos, y que él no podía poner su falta de control de lado por la enfermedad. Y sin embargo, ella estaba más cerca de él, lo suficientemente cerca que podía sentir el calor irradiando de su cuerpo.
"Nunca te ríes," estaba diciendo ella. "Actúas como si todo fuera gracioso para ti, pero nunca te ríes. Algunas veces sonríes cuando piensas que nadie te está prestando atención."
Quería cerrar sus ojos. Las palabras de ella le atravesaron como una rebanada cortada por la hoja del cuchillo serafín, haciendo que sus nervios quemaran. No tenía ni idea de que ella le había observado tan de cerca, o tan exactamente. "Tú," dijo él. "Tú me haces reír. Desde el momento en que me golpeaste con ésa botella. Por no mencionar la manera en que siempre me corriges. Con ésa divertida expresión en tu cara cuando lo haces. Y la manera en que hiciste callar a Gabriel Lightwood. E incluso la manera en que le hablaste a de Quincey. Me haces..."
Su voz se apagó. Podía sentir el agua fría recorriendo su espalda, sobre su pecho, contra su acalorada piel. Tessa estaba sentada a centímetros de él, oliendo a polvo y perfume y transpiración. Sus húmedos rizos pegados a sus mejillas, y sus ojos estaban posados en él, sus pálidos labios rosas ligeramente apartados. Ella levantó la mano para apartar sus rizos de la cara, y, sintiendo como si se ahogara, él se le acercó. "Hay sangre todavía," dijo él, inarticuladamente. "En tus guantes."
Ella empezó a alejarse, pero Will no la dejó ir; se estaba ahogando, quieto, ahogándose, y no podía dejarla ir. Giró su pequeña mano derecha sobre la suya. Tuvo el deseo más fuerte de llegar a ella completamente, de empujarla contra él y tenerla entre sus brazos, de acompasar su delgado y fuerte cuerpo con el de él. Dobló su cabeza, agradecido de que ella no pudiera ver su cara así como la sangre le sonrojaba las mejillas. Sus guantes estaban andrajosos, rotos dónde ella había agarrado las esposas de su hermano. Con un toque de sus dedos, él abrió los botones de perlas que mantenían el guante cerrado, dejando al descubierto su muñeca.
Él podía oírse a sí mismo respirando. El calor propagándose por su cuerpo - no el calor artificial de la enfermedad vampírica, sino el rubor natural del deseo. La piel de su muñeca era pálida, traslúcida, las venas azules visibles debajo. Podía ver el aleteo de su pulso, sentir el calor de su respiración contra sus mejillas. Acarició la suavidad de su muñeca con las yemas de sus dedos y medio cerró los ojos, imaginando sus manos en su cuerpo, la lisa piel de los brazos, la suavidad de sus piernas escondiéndose debajo de la falda voluminosa. “Tessa,” dijo, como si ella tuviese la más mínima idea del efecto que estaba teniendo en él. Otras mujeres lo sabrían, pero Tessa no era una de ellas. “¿Qué quieres de mi?”.
"Yo - Quiero entenderte," suspiró ella.
El pensamiento era muy aterrador. “¿Es eso necesario?”
“No estoy segura de que nadie te entienda,” respiró, “excepto posiblemente Jem”.
Jem. Jem se dio por vencido tratando de entenderlo hacía mucho tiempo, pensó Will. Jem era un ejemplo de cómo puedes querer a alguien completamente sin entenderlo en absoluto. Pero la mayoría de las personas no eran como Jem.
“Pero a lo mejor él solo quiere saber que hay una razón,” estaba diciendo ella. Su mirada era fiera. Nada la paraba de discutir, pensó él, o de preocuparse: en ése sentido, ella era como Jem: la pérdida no la volvió amarga, o la traición no hizo que dejara de tener fe. Inconscientemente, ella movió su mano hacia atrás, gesticulando apasionadamente, y él la cogió, deslizando el guante fuera de su mano. Ella jadeó como si hubiera puesto sus manos en su cuerpo, sangre sonrojando sus mejillas. Su mano desnuda, pequeña, que se rizaba como una paloma dentro de la suya, se quedó inmóvil. La levantó hasta su boca, su mejilla, besando la piel de ella: pasando sus labios a través de sus nudillos, hacia su muñeca. La escuchó emitir un sonido de sorpresa en voz baja, y levantó su cabeza para verla sentada perfectamente quieta, sus manos sosteniéndose, sus ojos cerrados y sus labios medio abiertos.
Había besado a chicas, otras chicas, cuando el deseo físico básico había vencido el sentido común, en rincones oscuros en fiestas o debajo de un muérdago. Rápidos, besos rápidos, la mayoría de ellos, aunque algunos sorprendentemente expertos - dónde aprendió de Elisabeth Mayburn cómo hacer lo que ella hizo con sus dientes, ¿y porque nadie le había dicho a ella que no era una buena idea? - pero ésto era diferente.
Antes de que controlara la tensión, una deliberada decisión de dar a su cuerpo lo que le estaba pidiendo, se separaba de cualquier otro sentimiento. Cortaba las emociones por completo. Pero ésto - ésto era calor serpenteando a través de su pecho, acortando su respiración, haciendo que su piel fuera de gallina. Tuvo un sentimiento de dolor cuando dejó ir la mano de ella, una sensación de pérdida que solo se curó cuando la atrajo hacia él sobre el astillado suelo de madera, oyendo el material de su vestido y no importándole, sus manos se adhirieron a su nuca como ventosas mientras sus labios descendían por los suyos con parte igual de ternura y fiereza.
La boca de ella se abrió debajo de la suya, vacilante, y su mente en algún rincón le gritó que redujera el paso, que por alguna razonable suposición éste era el primer beso de ella. Forzó a sus manos ir más tranquilas, soltar gentilmente las sujeciones en su pelo y alisar sus rizos detrás de su nuca, sus yemas trazando caricias en sus suaves mejillas, sus hombros desnudos. Su pelo cayó como suave seda corriendo entre sus dedos y su cuerpo, presionado contra el suyo, era toda suavidad. Sus manos eran suaves como las plumas detrás de la nuca de él, en su pelo; ella hizo un sonido bajo contra su boca que casi se llevó cada último pensamiento de su cabeza. Empezó a doblar la espalda contra el suelo, moviendo su cuerpo contra el de ella -
Y se congeló. El pánico se apresuró a través de su sangre en un mar hirviendo cuando vio que toda su estructura frágil que había construido a su alrededor se había roto, todo por ésta, ésta chica, quién rompió su control como si nada lo hubiera hecho antes. Separó su boca de la de ella, empujándola, la fuerza de su miedo estuvo a punto de tumbarla. Se quedó mirándolo a través de la cortina de pelo, la cara de ella blanca por el shock.
"Dios del Cielo," susurró él. "¿Qué ha sido eso?".
Su asombro era evidente en su rostro. Su corazón se contrajo, bombardeando auto-odio a través de sus venas. La única vez, pensó. La única vez -
"Tessa," dijo él. "Creo que deberías irte."
"¿Irme?," sus labios se separaron; estaban hinchados por sus besos. Era como mirar a la herida que él había infringido, y al mismo tiempo, no quería otra cosa que besarla de nuevo. "No debería haber ido tan lejos. Lo siento -"
"Dios," La palabra lo sorprendió; había parado de creer en Dios hacía mucho tiempo, y ahora lo había invocado, dos veces. El dolor en su cara era más de lo que él podía soportar, y entre otras cosas porque él no había tenido intención de hacerle daño. Tan a menudo, había intentando hacer daño y herir, pero ésta vez él no lo pretendía - de ninguna manera - y había causado más dolor del que podía imaginar. No quería otra cosa que alcanzarla y cogerla entre sus brazos, no solo para satisfacer su deseo pero para darle ternura. Pero haciéndolo solo empeoraría la situación más de lo imaginable. "Déjame solo ahora," se oyó diciendo. "Tessa. Te lo estoy suplicando. ¿Lo entiendes? Te lo ruego. Por favor, por favor vete."
Su respuesta vino, finalmente, repleta de dolor y enfado. "Muy bien," dijo ella, a pesar de que no lo estaba. Y la miró de reojo: ella era orgullosa, no lloraría. No se molestó en coger las horquillas del pelo que él había deshecho; solo se levantó sobre sus pies, y le dio la espalda.
No se merecía otra cosa, lo sabía. Se había arrojado a sí mismo a ella sin respectar la reputación de ella o su indecorosa pasión. Jem habría pensado en ello. Jem habría sido mucho más cauteloso con los sentimientos de ella. Y una vez más, pensó, cuando sus pasos retrocedieron, también lo harían los de él. Pero ya no sabía como ser ésa persona de nuevo. Había escondido a ése Will por tanto tiempo con pretensión que lo alcanzó primero, y no la realidad. Clavó sus uñas en el suelo, agradeciendo el dolor, para que se comprara al dolor de saber que había perdido más de la buena opinión de Tessa ésta noche. Había perdido a Will Herondale. Y no sabía si alguna vez podría volver de vuelta a él.
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